Mirar un niño mientras juega, nos hace comprender cuántos aspectos de su Ser están involucrados. Podemos observar que no escatima movimiento. Cada uno de sus músculos y cada articulación están activos. La mirada es atenta y viva, lista para tomar cualquier manifestación a su alrededor. No pierde los sonidos que sus acciones producen y mientras juega, generalmente habla, con otro jugador, con un amigo imaginario o con sí mismo. Se sorprende, se conmueve, se enoja, se entusiasma, se desilusiona, ríe, en síntesis, prueba diferentes emociones y su mente registra, asimila, procesa e integra constantemente. Las manos, los ojos y su cerebro están en comunicación constante, creando conexiones nerviosas y generando comprensión a través de la adquisición de datos que ayudan a alcanzar conceptos abstractos o a la relación entre causa y efecto.
Su energía parece inacabable. Bastan pocos segundos para recuperar el cansancio después de correr, y más juega, más quiere jugar; como si jugar funcionara como una dínamo que recarga sus reservas haciendo que no se terminen nunca.
Parecería distraído, pero está absorto, comprometido y con su atención al 100%. Su realidad es el ahora, el presente.
Estamos observando un momento de juego libre.
Qué sucede en un juego reglado, en grupo? Cambia algo? En substancia, no cambia nada. En todo caso se agregan datos. Esta vez hay otras emociones que tienen que ver con el desafío, la empatía, el deseo de pertenecer al grupo, el sentido de solidaridad, el egocentrismo, el descontento, la autoestima, el afecto, la ira, … Pero su cuerpo y su mente, continúan a estar involucrados; y más amplio es este compromiso, más datos se recogen, se asimilan, se procesan y se integran, generando nuevas conexiones nerviosas, llevándolo a aprehender siempre más.
De este compromiso, depende su desarrollo global, o sea, en todas las áreas que lo componen: el intelecto, la emoción, su cuerpo y también su energía.
Por este motivo, el verdadero juego, el que favorecerá un crecimiento equilibrado, será aquél rico de movimientos, variado, che dé la oportunidad de experimentar el espacio y el ritmo. Será importante el juego que permita el contacto con estímulos sensoriales, que facilite la expresión psico-físico-emocional; que deje espacio al descubrimiento autónomo, a la sorpresa, a la maravilla, y también a la conciencia del peligro, de la desilusión, del descontento y del aburrimiento. Y será necesario el tiempo de juego sin el control del adulto, ese en el que se arriesga el enojo final de los padres.
Estamos hablando de niños porque si tuvimos la oportunidad de observarlos en el verdadero juego, habremos podido verificar lo dicho hasta ahora.
Qué sucede con el juego del adulto?
El adulto de hoy, generalmente, juega a su modo. Está el más comprometido que se hace un partido de fútbol con los amigos, el que practica un hobby, el que practica juegos de azar, y, últimamente (afortunadamente) quien se encuentra en grupos para jugar por divertirse, sea a juegos de mesa como a juegos cooperativos.
Hay todavía una gran mayoría que no juega. Sus vidas transcurren fluctuando del trabajo a la casa, con horarios estrictos y compromisos que no les dejan tiempo libre.
Hay quien descubre con tristeza, no haber jugado nunca y, cuando se le presenta la oportunidad, encuentra muchas dificultades para permitírselo.
Hay quien comienza a entender que tal vez sea el caso de romper las barreras y probar la experiencia de volver a “sentirse un niño”, parafraseando lo que ellos mismos dicen después de haber jugado.
Cierto es, y resulta de la experiencia, que cuando un adulto juega, verdaderamente comprometido en lo que está haciendo, independientemente de su edad, cultura o condición, se transforma en un niño. Todo depende de cómo quien lo involucra, logra crear el clima justo de confianza y seguridad para permitir la libre expresión, sin miedo al juicio. El miedo de ser juzgado es un veneno que frena la propia capacidad creativa y de expresión del propio mundo interno. El miedo de perder la propia imagen, la autoridad, el poder delante de los otros, el status del propio rol, etc., no nos permite entender que contrariamente a lo que se piensa, ser una persona alegre, libre de expresarse, creativa y propositiva, no quita sino que agrega cualidad.
Al igual que para los niños, el juego para adultos que resulta más enriquecedor es siempre aquél que implica al Ser en su totalidad: juegos en los que se pueda facilitar el desbloqueo de las articulaciones, la acción de las distintas fajas musculares (sobre todo de aquellas que no se mueven cotidianamente), el estímulo de la capacidad creativa, el encuentro con las diferentes emociones, la posibilidad de probar empatía, de elaborar estrategias, de entender la propia conducta y alcanzar la conciencia de quién somos, cómo somos, y por último, trabajar sobre aspectos que no nos gustan de nosotros.
Para poder llegar a la conciencia de Sí es importante alcanzar ese estado de presencia que el niño experimenta mientras juega. Sólo en estos instantes somos capaces de ver nuestra realidad. En la presencia, no nos ligamos a las cosas pasadas ni nos preocupa el futuro. Estamos aquí y nos observamos. La respiración puede ayudarnos a mantener este estado. Estamos en el mundo, sin ser del mundo. En estos instantes, somos nosotros mismos y podemos aprovechar la preciosa oportunidad de decidir cómo queremos ser y dónde queremos ir. El ser humano evoluciona de este modo, su salto se cumple en la consciencia de Sí.
En Ludicidad Consciente, el juego es oportunidad de experiencia con otros, per sobre todo, con el propio Sí.